En los años treinta, Venezuela y sus ciudades vivieron una revolución sin precedentes en su historia: crecieron de golpe, vertiginosamente hasta hacerse otras, grandes y modernas. En el siglo XX se construyó todo un nuevo escenario para la vida urbana venezolana. El lenguaje escogido fue el de la modernidad. Ese escenario moderno, sobre todo el de Caracas, consta de un emporio de edificios y lugares que es incomparable en Latinoamérica por la sublime belleza de sus diseños: las flores de nuestra riqueza y de nuestro primer gran avance económico, pero también las flores de nuestro ingenio.
La arquitectura moderna es una tradición viva dentro de la cual aprendimos a vivir todos los ciudadanos venezolanos. Nuestro escenario principal es la modernidad. Nosotros somos modernos. Una modernidad que cree firmemente en que los edificios tienen un rol activo para modelar los valores culturales de su tiempo. Y esos valores fueron el progreso, la calidad, el crecimiento, y la fe en el futuro. A partir de la declaratoria por la UNESCO (
whc.unesco.org/) de la Universidad Central de Venezuela como Patrimonio Monumental de la Humanidad, se ha dado un primer reconocimiento al valor y a la singularidad de la arquitectura moderna de la ciudad de Caracas. El mundo ha reconocido a la modernidad caraqueña.
Pero nosotros sabemos que la universidad no estaba sola. Nada sola. La epopeya de nuestra modernidad es mucho más amplia y compleja, aún grandiosa: casas inolvidables, enormes y ejemplares urbanizaciones obreras, soberbias torres de oficinas, edificios, parques, plazas, paseos y avenidas, además de notables arquitectos y refinados urbanistas, geniales ingenieros, hábiles constructores, y hasta sabios maestros de obras e incomparables obreros, quienes, como artesanos refinados, hacen la mejor mano obra de concreto armado del mundo.
Pero así como es vasta esta epopeya moderna caraqueña, aún lo es más el desconocimiento que tenemos de ella. Casi todo su patrimonio permanece aún sin registrar y sin valorizarse, descuido que ha facilitado su destrucción e irrespeto galopante, un fenómeno que vemos ocurrir impotentes delante de nuestros ojos todos los días. Con la demolición de la urbanización Campo Alegre y del edificio Galipán en la década pasada ha surgido en la colectividad una nueva toma de conciencia sobre esta herencia del siglo XX. La gente ve que las demoliciones están a la orden del día y que lo que más abundan son las intempestivas órdenes de demolición asesinas y las remodelaciones desfigurantes. Por otra parte, ya en Caracas todo el mundo sabe que al conjunto de El Silencio no se arregla más con una mano de pintura; que ya se ha convertido en un clásico los accidentes de los peatones que pasan bajo las cercanías de las arruinadas Torres del Centro Simón Bolívar, que se está cayendo a pedazos; y que también es de Villanueva esa pequeña Escuela Gran Colombia, tan desbaratada y abandonada. El clamor colectivo está pidiendo que se amplíe e intensifique la protección sobre Caracas. Pero para éso, primero debemos extender las fronteras del patrimonio. Algo que no ocurre sólo en Venezuela. Desde hace varios decenios, en todo el mundo el patrimonio arquitectónico del siglo XX está recibiendo un reconocimiento que va en aumento. Con el tiempo, muchos edificios modernos se han vuelto elegibles para estatus de monumento en los años recientes. Hoy, en todas partes, los edificios hasta de los años 1970 comienzan a recibir la "etiqueta" prestigiosa de "monumento histórico". Ahí entran también la mayoría de las más importantes obras e íconos de nuestra ciudad como el Hotel Humbolt y el Hotel Avila, ambos de más de medio siglo, pero hoy tristemente frágiles y desfigurados. No debe ser. No debería ser. Nos están tumbando a Caracas. Nada la protege. Hay que correr.
Habiendo dejado atrás el siglo XX, ha llegado el momento de ocuparse del estado de este capital monumental reciente. Lo construido en el siglo XX es a la vez efímero, a menudo frágil y costoso de mantener. No son castillos de piedra, ni palacios de mármol. Son edificios modernos que usaron en su momento una tecnología innovadora, que vive mal el paso del tiempo. Las cosas se rompen. Las partes se gastan. Los materiales envejecen. Los sistemas mecánicos se vuelven obsoletos. El peligro sobre este patrimonio es también su propia fragilidad e obsolescencia moderna. Luce viejo muy rápido, y por lo tanto, deleznable. Debemos censar, para luego sensibilizar, y finalmente poder cuidar y conservar. Habrá que escoger las obras de los arquitectos más representativos, designar las corrientes significativas, subrayar los avances técnicos, y no olvidar la protección de lo urbano y lo ambiental, porque un monumento nunca está prácticamente solo en la ciudad y nunca se comprende bien sino dentro de su contexto. Esa es la importancia de establecer un inventario sistemático, donde de la acción de la conservación pasemos a la del conocimiento verdadero. Queremos una salvaguarda razonada, a partir de la cual se hará una selección rigurosa de los edificios que entrarán en la Lista de Caracas, que luego deberá extenderse a todo el país.
La arquitectura, la ciudad y el ambiente modernos son nuestra memoria del futuro: la modernidad caraqueña es el nuevo patrimonio que ahora debemos proteger. Mientras que en países como Francia, por ejemplo, en el año 1998 se celebró la llegada a mil monumentos modernos clasificados y protegidos por la ley. Se debe empezar por proteger las obras características del fin del siglo XIX y de los comienzos del XX, incluyendo todas las construcciones contemporáneas notables sin que necesariamente éstas tengan un interés arqueológico o que sean "monumentos-testigos".
Han de ser considerados monumentos llamados "modernos" aquellos posteriores a 1850, y la escala de valores consiste en escoger las obras de los arquitectos fallecidos más representativos, designar las corrientes significativas, subrayar los avances técnicos llevados a cabo en las obras, sin olvidar la protección de algunos conjuntos urbanos, porque un monumento nunca está prácticamente solo y nunca se comprende bien sino dentro de su contexto. También se agruparán los edificios siguiendo las dos grandes corrientes de la arquitectura (época 1900 -edificios Art Nouveau- y movimiento moderno/estilo internacional 1925-1940).
Por ahora, esta lista se limita a Caracas, pero debe ser seguida de un llamado a los conservacionistas regionales para que propongan las obras y conjuntos urbanos por cada región. El objetivo es de aumentar la protección a los patrimonios industriales y ferroviarios, así como a los edificios "de lo cotidiano" y a las boutiques, los cafés, los restaurantes y las salas de espectáculos entre fines del siglo XVIII hasta 1954, para sensibilizar a la población. Por primera vez, la protección se presenta como el resultado de un proceso razonado basado sobre el concepto de "tipología" por época, por barrio y por estilo. Estas serán "declaratorias mediatizadas", es decir, acompañadas de una campaña de prensa, de exposiciones, publicaciones y concursos).
Se decide combatir el déficit de protección, con el establecimiento de inventarios sistemáticos, como en Holanda o en Alemania, "de la acción de la conservación pasando a la del conocimiento". Se preconiza la creación de un centro de colecta y de pretratamiento de los archivos de la arquitectura del siglo XX, organizada por el Instituto Francés de Arquitectura bajo la autoridad de la dirección de los Archivos de Francia. Los inventarios de archivos pueden guiar los inventarios sobre el terreno.
La tendencia es hacia una Salvaguarda Razonada a partir de una selección rigurosa de los edificios a proteger basada en "la noción de originalidad, de ejemplaridad, ligada notablemente a la invención técnica; el reconocimiento, a la inversa, de una producción de masas representante de las condiciones históricas, sociológicas, económicas y culturales; en consecuencia, el reconocimiento de una diversidad local; la noción de la diversidad de programas y la toma en cuenta de una gran tipología funcional; la noción de la coherencia de los conjuntos y el mensaje ideológico general".
Lo construido en el siglo XX es a la vez efímero, a menudo frágil y costoso de mantener. Los edificios modernos usan tecnología innovadora. Las cosas se rompen. Las partes se gastan. Los materiales envejecen. Los sistemas mecánicos se vuelven obsoletos. El objetivo es siempre recensar, sensibilizar y proteger.
La arquitectura, la ciudad y el ambiente modernos son nuestra memoria del futuro: la modernidad es un nuevo patrimonio que debe ser protegido.
Oculo, Centro Simón Bolívar. Caracas, 1950s (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
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